Muchos se quieren convertir en un mito.
El tener fama ha sido buscado por el ser común, desde siempre. Aunque es un
deseo que contiene flores y espinas y que puede ser un pacto faustiano. Oscar Wilde en El retrato de Dorian
Gray decía: “Hay algo peor a que hablen de ti, y es que no hablen de ti.”
Ser objeto de grandes gestas como los caballeros, que gloriosos
buscaban los triunfos y victorias en la batalla, quedarse con la princesa “perfecta”
como trofeo, y recibir galardones y homenajes, es el fin último. O como
en la antigua Roma ser laureados, porque esto significaba que había victoria
.Aunque también hay quien piensa que realmente Julio
César con el laurel en la cabeza, lo que hacía era
disimular su incipiente calvicie. No obstante había escritores de la antigua
Roma como Publio Siro que reprochaba estos
comportamientos obsesivos y por ello decía: “Muchas personas cuidan su
reputación y no cuidan su conciencia”.
Todos conocemos al Cid campeador que cabalgando a lomos de su
caballo se hizo famoso ya que
juglares y trovadores cantaron sus épicas aventuras durante siglos.
O como Héctor, en la Ilíada en defensa de Troya que ansiaba:
“Aquí descansa -–diga el ardido varón
que combatió con Héctor allá en edad remota,
y que rodó a los pies de Héctor el supremo.”
¡Y serán inmortales mi fama y su derrota!
“Aquí descansa -–diga el ardido varón
que combatió con Héctor allá en edad remota,
y que rodó a los pies de Héctor el supremo.”
¡Y serán inmortales mi fama y su derrota!
El deseo de ser famoso es la forma de ser inmortal. Es una manera
de ser dos, el personaje público que hace espectáculo y el real que
probablemente es distinto mucho más humano y vulgar. El que aparece dibujado y
comedido, guionizado, y cuidado al extremo, en función de la imagen que quiere
dar, y el auténtico, con su cotidianidad y mundanidad, sus pelos y sus señales
y sus días malos, sus poros e
incluso sus peros, o todas esas imperfecciones que hacen tan querible.
Pero la atención del público, también es caprichosa y se
rige por criterios aleatorios y cambiantes y esto esclaviza al que está sujeto
a este devenir. Y convertirse en dos, es a veces la muerte de uno de ellos, el
cotidiano y primero. Porque el personaje se come a la persona. La fama te hace
un objeto. El individuo pierde su libertad y se vuelve desconfiado. No puede
actuar a su libre albedrío y ya no sabe ni siquiera, si quien se acerca es
buscando al hombre o al mito. Si lo que quiere al arrimarse, es hacerse famoso
o lucrarse.Y aunque haya alguien que tenga intenciones sinceras, nos volvemos
suspicaces, inseguros y miedosos.
En ese momento, eres una víctima de tu propio éxito. En este
momento, es cuando aprecias que has hecho un pacto con el diablo y que lo que
tanto ansiabas y por lo que has hecho tanto, loable y probablemente no tanto,
no merece la pena. Y a estos esfuerzos se une la lucha con la feroz competencia
de dentro y de fuera, que desea desbancar al triunfador.
Marilyn
Monroe fue un claro ejemplo de
una víctima de su propia éxito, ella pensaba que todos querían acostarse con
Marilyn, pero que se sentían decepcionados cuando se levantaban con Norma
Jeane, mujer defectuosa, como cualquiera.
Jesucristo nos da una lección, porque llegó a Jerusalén
subido en un burro como símbolo y parodia humana del triunfo y del éxito. Ya
que trascendía de él. Llegó sin ropa de lujo, sin soldados escolta, sin espada
de guerra, sin caballo, sino en un ridículo asno, que le quedaba chico por su
estatura, y que incluso era prestado.
Marcos 11, 1-7.
“Y cuando se acercaban a Jerusalén,
por Betfagé y Betania, junto al monte de los Olivos, envió a dos de sus
discípulos con este encargo: Id a la aldea de enfrente. Y en seguida, entrando
en ella, encontraréis un asno atado, sobre el que nadie ha montado todavía.
Soltadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta por qué lo hacéis, le diréis: El
Señor lo necesita y en pronto lo devolverá. Los discípulos fueron, encontraron
un asno atado junto a la puerta, fuera, en la calle de fuera, y lo soltaron.
Algunos de los que estaban allí les preguntaron:¿Por qué desatáis el asno? Los
discípulos les contestaron como les había dicho Jesús, y ellos se lo
permitieron. Y llevaron el asno a Jesús, y colocaron encima sus mantos y él se
sentó sobre él.”
"La fama es peligrosa: su peso es ligero al principio, pero
se hace cada vez más pesado el soportarlo y difícil de descargar." Decía
Hesiodo poeta de la antigua Grecia.
Bien lo afirmaba Descartes en el discurso del método, donde
explicaba de forma inteligente, sobre la fama: “contraria es al sosiego, que tengo en
más que todas las cosas”“agradeceré que me dejen vivir"
Porque ¿que supone prescindir
de estos mundanos deseos de gloria? Que La Libertad, sea el premio. Y
entonces, suena la música.
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