La película
que tanto éxito tuvo en su momento Avatar, más bien por la espectacularidad de
las imágenes en 3D, tiene sin embargo, más mensajes, que quizás no sean tan
perceptibles para el espectador "común", ya que contiene ideas
ligadas a la espiritualidad.
En ella se
muestran, elementos de la religión Hinduista, donde el Avatar es Dios, que
desde distintas formas viene al mundo a mostrar el camino de la salvación. La
piel de estos avatares hinduistas también es azul como la de los personajes.
La reencarnación
es lo que subyace detrás de las imágenes. El protagonista pasa por distintos
estados, donde su alma está en el cuerpo humano lesionado y en silla de ruedas,
y luego pasa a ocupar un cuerpo sano de Avatar, en otro mundo distinto, como si
de otra oportunidad u otra vida se tratase. Su alma es libre y corre con los
pies de avatar hacia otra vida.
Cada
encarnación como una oportunidad nueva para superar pruebas, no cometer los
mismos errores, no tener miedo y crecer. Un viaje complejo lleno de obstáculos
sólo hecho para héroes que lo dan todo y no solo piensan en su propia
salvación, pero que conlleva a su vez gran avance espiritual. Creyeron que
había traicionado al pueblo Na’vi y luego llegó demostrando todo lo contrario, con
su superación personal.
Hay una
escena final donde aun estando en el cuerpo del humano, la protagonista mujer-Avatar
lo mira a los ojos y dice “te veo “, lo
reconoce. Independientemente del cuerpo, ve su alma a través de la mirada. Sabe
que es él en otro cuerpo encarnado. Los ojos como esas «ventanas del alma»,
porque son los únicos que al observador le parecen psicológicamente
transparentes. Así, esperamos que la persona honrada nos mire de frente y con
franqueza, y hablamos de ojos inocentes y de miradas nobles o, también,
ladinas o incluso criminales. Aunque a veces nos podemos equivocar con la
percepción.
En la
película La Naturaleza se presenta
como esa fuente de energía y de vida, que hay que cuidar y a la que todos pertenecemos. Son muchos los elementos, que se
pueden observar.
Pero os
muestro una explicación erudita, intelectual y perfecta del blog de Salvador
Harguindey, médico e investigador, que de forma inteligente, y sencillamente
genial, hizo en su momento el análisis.
Además de
las creencias, habla desde el punto de vista de la psicología de la prueba del Ego,
que es el que domina y que hay que superar. O también menciona la importante
simbología que tiene -El Árbol- en la película, y en la espiritualidad, lo que
me recuerda además de los elementos que él menciona, el Árbol de Buda, donde
éste medita y encuentra la Iluminación.
De todos
estos temas trataremos en otras entradas. Su explicación es extensa y llena de
conceptos que sería mejor simplificar y analizar detenidamente, pero la añado
completa porque es interesante y no tiene desperdicio:
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Indudables
son los méritos estéticos, los valores éticos de una visión naturista-ecológica
y los efectos emocionales y sociológicos que está produciendo el fenómeno
cinematográfico “Avatar” a lo largo y ancho de este planeta. Sin embargo, la
profunda simbología, el trasfondo psicológico y las connotaciones
religioso-espirituales de la película merecen consideración aparte. Por lo
tanto, tratemos ahora de ver en Avatar “lo que no se puede ver con los ojos”.
En otras palabras, ese “Yo te veo” interiorizado y espiritualizado
de la película de James Cameron.
El concepto
original de la palabra “Avatar”, proveniente de la literatura mitológica hindú, se
refiere a la reencarnación de
Dios en una divinidad que posee el poder de la luz, la iluminación espiritual.
Así, cada Avatar es una manifestación de la Divinidad, un elegido, una
reencarnación y descenso de una deidad sobre la tierra. En esta película, uno
que sobre la tierra de los místicos bosques del planeta Pandora corre descalzo
hacia lo desconocido. La palabra o concepto de “Avatar” también se utiliza para
referirse a encarnaciones de Dios en maestros muy influyentes de otras
religiones aparte del hinduismo, como cuando se trata de explicar personajes
como Cristo.
Dios Visnú en el Hinduismo, De roble.pntic.mec.es |
“Avatar”
representa principalmente un “viaje iniciático”, es decir, la historia de una
experiencia profunda en la que un individuo se encuentra en situaciones
hostiles que harán que su personalidad cambie después de que toma conciencia de
sí mismo, de la realidad externa o de poseer una importante misión en la vida.
A lo largo de dicho viaje su carácter y espíritu se van modificando logrando
una mejora en su persona después de lograr superar una serie de situaciones
casi imposibles de superar humanamente. Este tipo de experiencias, físicas pero
sobre todo psíquicas y anímicas, una vez superadas, harán que el personaje
logre concluir su misión a la vez que completa un proceso de transformación de
su conciencia. El término hace asimismo referencia a aquel viaje que conduce al
individuo a la iniciación espiritual, lo que hace que estos viajes siempre
tengan un horizonte, una meta, estando sus etapas bien delimitadas a través de
diversos ritos de pasaje de creciente dificultad. Una tercera acepción de este
concepto lo define como un viaje de conocimiento, en el que una persona
desconoce, ya sea bien algún lugar hasta entonces inexplorado a una más amplia
perspectiva o significado de la vida, y a través de un viaje iniciático lo
descubre. Es un viaje sólo para héroes, sean reales o ficticios.
La crisis de
la transformación de la conciencia del soldado Jake Sully en “Avatar”, evolucionando
desde la de un marine parapléjico hasta convertirse en el Avatar de una nueva
era para el pueblo Na’vi, constituye el proceso seguido por todo viaje
iniciático. Sin embargo, este sistemáticamente conlleva y exige una necesaria y
dolorosa caída en una profunda crisis, hasta cierto punto chamánica, con sus
conocidos estadios de ruptura, caída, separación, soledad, lucha, regreso,
superación y ascenso hasta llegar al éxtasis, triunfo y trascendencia final. Lo
que a pesar de todo en ocasiones acaba en la muerte del héroe o personaje en
cuestión. Casi lo primero que hay que hacer es acopio de valor para adentrarse,
físicamente y sobre todo a nivel de la
conciencia en la peligrosa selva de lo desconocido. Por eso una de las
primeras cosas que la princesa Neytiri le dice al clon avatar de Jake es:“Tú no tienes miedo. Sígueme.”
Palabras con las que da a entender que Jake ha superado esa segunda prueba, la
superación del miedo, y está en condiciones de proseguir adentrándose en la
jungla de su propio viaje iniciático, que es, físicamente, lo que hace: jugarse
la vida siguiendo a Neytiri y sus peligrosas correrías en la selva y
precipicios que la rodean.
Dicho
proceso iniciático recuerda la estructura de otros grandes episodios épicos de la literatura universal que
siguen esa misma dinámica psicológica, tales como el Ulises de Homero, el Paraíso Perdido de Milton, el Fausto de Goethe, el
Hamlet de Shakespeare, la Divina Comedia de Dante, etc. Y como sabemos que
“ninguna crisis se supera al mismo nivel que se originó”, según dijo Einstein,
una vez que el clon Jake es expulsado del pueblo Na’vi, ello le obligará
a presentarse de nuevo ante él y ante su amada Neytiri desde una posición espiritual más elevada que la anterior que le
permita recuperar la antigua credibilidad ahora perdida. Para ello ha de
domeñar al “Gran Dragón escarlata”, otro sinónimo bíblico del Diablo, del que,
por si fuera poco, se nos dice que representa “la última sombra”.
Después de someterlo/la, Jake retorna, sin sombra alguna ya, como espíritu
iluminado y alma pura, ante el clan de los Omitacaya, que inmediatamente le
reconocen y veneran como su Avatar y redentor.
Mientras, la
confrontación, lucha y guerra en “Avatar” surge inevitablemente del cortacircuito que estalla
entre dos estadios de la conciencia cuya interacción ha teñido de sangre la faz
de la tierra al menos desde hace veinte siglos. El primero es el estadio III, o
llamado del “ego”, con sus valores autoritarios y patriarcales: ego-céntricos,
egó-latras, ego-ístas, megalómanos y narcisistas. Este estadio es el que
conforma el nivel evolutivo de la conciencia de las violentas religiones dualistas
y oficiales de Occidente que han originad tanta crueldad humana (cristianismo
/catolicismo medieval, judaísmo e Islam), siendo el nivel de conciencia,
individual y global, que caracteriza a la inmensa mayoría de una civilización
(?) cada vez más incivilizada. Desde una perspectiva religiosa, este nivel de
la conciencia humana, “meme”, estadio III, o personal, egoico, dualista
y convencional, exige la existencia de
un concepto de Dios asimismo personal y antropomórfico, un ente separado y
trascendente que premia a los buenos y castiga a los malos, poseedor además de
una voluntad paralela a la de los hombres. Concepto éste que el mismo
Einstein denostó como infantil, incomprensible e inaceptable, y cuya creación
en la mente humana a consecuencia del miedo probablemente, al menos si
analizamos las consecuencias, ha constituido el mayor dislate de toda la
historia de la humanidad, originando y siendo la causa primordial de la
mayoría, si no todas, sus guerras a lo largo y ancho de la historia de este
sangriento planeta.
En “Avatar”
este estadio de conciencia lo representan, en terminología Na’vi, unos invasores llamados “demonios
venidos del cielo”, que ahora campan y acampan a sus anchas en una base
militar norteamericana situada en un satélite del planeta Polifemo llamado
Pandora. La razón: un material precioso (valorado en 20 millones de dólares el
kilo, casi nada), conocido como el “unobtanium” (del inglés
“unobtainable”, o sea, algo difícil o imposible de conseguir), cual paralelismo
del tristemente famoso “coltán”. De este tesoro escondido debajo del Árbol
Madre, hogar del clan Omitacaya de la raza Na’vi, se ha dicho que representa una clara referencia a la ambición
norteamericana por el petróleo ajeno que motivó la guerra de Irak. Para
apropiarse del precioso mineral, el rudo e insensible jefe se seguridad de la
base, el coronel Quaritch, cual nuevo bárbaro y primitivo salvaje siempre
dispuesto y deseoso de poder llevar a cabo las actuaciones más crueles y
violentas posibles, justifica una guerra que sucede cuando alguien tiene algo
que tú quieres y se niega a dártelo y que “al terror se le responde con el
terror”. Como evidente alter-ego o reencarnación psicológica del infame
teócrata George Bush, el personaje de Quaritch nos recuerda demasiado,
lamentablemente, a su patético antecesor en la vida real.
Muy al
contrario, la civilización de humanoides Na’vi del planeta Pandora, nos confunde,
afortunadamente, ya que siéndonos inicialmente presentados como una tribu de
salvajes primitivos e indiferenciados, nos muestran por el contrario una
actitud vital y religiosa mucho más espiritual, ecológica, elevada, compasiva e
integrada en la vida y en la naturaleza (estadio IV, adualista,
transpersonal, supraegoico y postconvencional), propia de una conciencia
individual y global más evolucionada y ascendida, a la vez que portadora de
claras reminiscencias jainistas, pero sobre todo budistas, donde incluso a los
animales se le otorga un espíritu cuando, refiriéndose a un animal cazado y
muerto por necesidad, el clon Na’vi de Jake dice: “Ahora su espíritu está
con Aiwa. Su cuerpo formará parte del pueblo”. Para añadir Neytiri:“Una
muerte limpia. Ahora estás preparado”. Palabras con las que da a entender
que Jake ha superado la prueba de pureza y está en condiciones de acceder al
inicio de un viaje iniciático.
A este estadio
superior de la religiosidad se le conoce como “panenteísmo místico”, término que expresa que “toda la Naturaleza está viva e integrada
en Dios, o en la Diosa”, sin
dualismo alguno ni separación en el tiempo ni en el espacio. Hay que aclarar que “pan-en-teísmo” (significa:
toda la naturaleza-en-Dios) es un concepto muy diferente de un “pan-teísmo”
ateo puro y duro, que defiende que “la totalidad de la naturaleza es Dios”.
El Dios del panenteísmo es el creador y la energía vital del universo, así como
la fuente de la ley natural. La religiosidad Na’vi se mueve a ese nivel, lo que Goethe denominó “La Religión de la
Naturaleza”, siguiendo a su vez la terminología del filósofo Espinoza para
definir el estado más elevado posible de sentimiento religioso. Un estadio
que se halla un escalón, ¡y vaya escalón!, por encima del de toda religión
monoteísta y oficial de cualquier Iglesia ortodoxa, todas presas y estancadas
hasta el día de hoy en el dualismo más feroz (ver: Goethe, en:
“Conversaciones con Eckermann”, 11 de marzo de 1832). Incluso Einstein dijo
que esta integración entre cuerpo-mente-espíritu constituye la única religión
posible, el estadio más elevado y evolucionado del espíritu, así como la única
esperanza racional a tanto desvarío evolutivo. Más recientemente, un concepto
paralelo denominado “espiritualidad integral” ha sido acuñado por el filósofo
norteamericano Ken Wilber, quien a su vez coincide en que si hay una razón
para la existencia de la religión, o de las religiones, es la de ayudar a los
seres humanos a evolucionar a través de sus conciencias en orden a conseguir
ascender en espíritu a los niveles más elevados posibles hasta llegar a la
unidad indivisible con una Divinidad inmanente-trascendente (como enseñan
las cosmovisiones espirituales más pacíficas y pacificadoras de las religiones
no-dualistas, tales como el Hinduismo, Budismo, Taoísmo, Advaita Vedanta,
aparte de Plotino, Espinoza, Schopenhauer, Panikkar, San Juan de la Cruz, e
incluso ese “Dios y yo somos uno” de Jesús de Nazaret, etc.). Y es que
“nuestro enemigo es el dualismo”, ha aseverado certeramente Raimon Panikkar.
Ciertos
conceptos de la Psicología Transpersonal ayudan a una interpretación simbólica más profunda
desde la escena inicial entre el clon de Jake y el caballo pandoriano, que al
principio derriba a su montura, o mejor sería decir, a su “montura y a su ego”,
tal como a un nuevo Pablo de Tarso camino de Damasco. Algo similar sucede en la
doma de ese gran pajarraco que lo elegirá a él para que sólo Jake pueda
montarlo el resto de su vida. Pero Neytiri le avisa que antes de permitir
montarle y domarlo “tratará de matarte”. ¿Y que es eso que
llevamos encima los seres humanos durante toda la vida y que intenta matarnos,
esa fiera que debemos primero domar y luego superar y trascender? …El maldito
ego. Una vez superada esa nueva prueba iniciática y rito de paso, la unión
final de caballo y hombre, en cuerpo y mente, conformará el “Centauro”, o lo
que es lo mismo dos seres en uno ya para siempre, sin separación alguna ni
restos de dualismo. Precisamente, dicho nivel de la conciencia no-dual, o
adual, ha sido denominado “centáurico” por Ken Wilber, ya que existe “más allá
del ego” propio, y definido por el mismo Wilber como “el gran nivel de la
integración de la mente, el cuerpo y las emociones en una unidad del más
elevado orden, una ‘totalidad profunda’”. Es ese momento crucial de salto
psíquico y superación de la crisis personal/transpersonal lo que lleva a Pablo
de Tarso, ahora más comprensiblemente, a decir: “Ya no soy yo sino Cristo
que vive en mí”. Paralelamente, Jake Sully ya no es el Jake anterior
sino que desde ese momento ha comenzado la transferencia de su ser y
personalidad al Avatar Na’vi que vive en él y en el que él vive, y al que por
su pureza “eligen” los espíritus más puros del Árbol sagrado en forma de
blancas, semitransparentes e innocuas medusillas volantes.
El gran problema
en muchos seres humanos surge cuando para ascender del violento y competitivo estadio dominante de
la egocéntrica conciencia III al más benévolo, integral, compasivo y
post-convencional estadio IV, se nos exige atravesar una gran crisis
personal, tanto a nivel físico como de conciencia, incluso experimentar una
“muerte psicológica” como gran exigencia y crucial rito de paso. En este
sentido, la psicología moderna nos ha enseñado que antes de renacer es
necesario morir; pero de forma similar también sabemos, gracias a la psicología
y filosofía iniciática, así como propuesta simbólica, mística y parabólica del
Nuevo Testamento, que “el que quiera salvar la vida la perderá y el que la
pierda la ganará”. Esa es la demanda, insoslayable, pero ahora también más
comprensible, de la ceremonia de paso y gran prueba crítica, tal como le ocurre
al héroe Jake Sully en la película. Todo ello refleja lo que es conocido como “la
crisis del ego narcisista”, en la terminología de la Psicología
Transpersonal.
Al ascenso
hacia el despertar de una nueva conciencia, al que Jake Sully se refiere literalmente al
principio de la película con un subliminal “en algún momento hay que
despertar”, el malvado jefe de seguridad de la estación espacial “Puerta
del Infierno” lo llama “traición a tu raza”. Desde ahora la
inevitable guerra entre dos estadios de conciencia evolutivamente diferentes, y
por ello psicológicamente confrontados, está servida. A partir de ese instante
no hay vuelta atrás, se ha llegado a un punto de no-retorno. Desde ese momento,
para volar en las naves espaciales sólo podremos utilizar VFR, por “visual
flying rules”, o reglas de vuelo visual, o como nos lo traduce
informalmente la piloto Trudi Chacón, vete por donde veas. El brusco cambio
evolutivo que sufre desde ese momento la perspectiva vital de la conciencia del
parapléjico Jake - junto con los bemoles que ha de tener todo aspirante a héroe
para ascender de un estadio al otro -, hace que el soldado Sully nos imbuya,
mientras se va imbuyendo a sí mismo sin darse cuenta, de algunos de los
conceptos claves del Budismo, tales como la reencarnación, cuando dice: “Una
vida acaba y otra comienza”, o, en el momento que su mente y espíritu van a
trasferirse a los de su clon: “Será como volver a nacer”.
Esto coincide a la perfección con la aseveración de Wilber para definir el
concepto de “héroe”, de “sanador herido”, como “aquel que intenta saltar al
próximo estadio de la conciencia”. Y es que todo viaje iniciático, por
muy héroe que uno sea o se crea, es un ascenso muy difícil, peligroso y
solitario hacia su cumbre. Por fin, en la escena final de “Avatar” se llega
a una transmigración completa del espíritu o alma de Jake al de su Avatar.
Jake, el ser humano, muere, dando su vida cual salvador de “la humanoidad
Na’vi”, pero resucita, a modo del símbolo de la resurrección de Cristo o de
una reencarnación búdica al lograr trasmigrar totalmente - ahora ya no
depende de la máquina transportadora de su mente humana a la del Avatar Na’vi
-, reviviendo autónomamente en su cuerpo clonado al abrir los ojos en el
instante final, mientras su cuerpo humano yace inerte a su lado, muerto.
Desafortunadamente,
la botánica Grace Augustine, interpretada por Sigourney Weaver, no consigue sobrevivir a sus heridas,
pero su alma es integrada en el Árbol de los Antepasados-Árbol de las Almas,
que está en íntimo contacto con la Diosa Madre Aiwa, y a través del que se
manifiesta la trascendencia del espíritu. Y es que la sabiduría divina
verdadera (mágica) siempre se nos ha mostrado escondida en un espléndido Árbol
con un gran contenido simbólico colocado por la Divinidad en cualquier
maravilloso Paraíso. En Pandora es el Árbol de las Almas de la Diosa matriarcal
y en el mito de Edén es el Árbol de Dios Padre patriarcal (un Dios personal
que los hombres interpretarán y al que darán vida como “un alguien” cada vez
más sojuzgador, autoritario y hasta vengativo). Finalmente, al menos desde el
punto de vista estético, los polvorientos escombros de la destrucción del
matriarcal Árbol Madre en “Avatar” a algunos espectadores les han recordado a
los del World Trade Center durante aquel maldito 11 de Septiembre de aquellas
fálicas Torres Gemelas, hasta entonces símbolos del imperialismo, la fuerza, el
poder y el dinero patriarcal. ¿Casualidad o guiño intencionado? Habrá que
preguntárselo al director de la película.
Posteriormente,
Jake se vinculará al Árbol sagrado para tratar de trasmitir sus oraciones y rogar por la protección del
pueblo Na’vi a través de la intersección del alma o espíritu trascendido de la
fallecida Grace con la deidad de la Madre Naturaleza Eywa. Jake pide ayuda
al mimso tiempo que se reconoce como “el elegido de la Divinidad”. La conexión
no es una falacia o invención, ni un primitivo vudú, se nos dice en el film
mientras segumos luchando con las incómodas gafas de 3D. “¡Funciona!”.
¡Y vaya que si funciona!, añaden/añadimos algunos gnósticos. Un hecho que se
demuestra o comprueba en el film cuando la princesa Neytiri grita exaltada y
exultantemente a Jake: ¡Eywa te ha oído”!”, al tiempo que
todos los animales salvajes de Pandora se ponen de parte del pueblo en su
batalla de Harmagedón contra “los demonios venidos del cielo”. Ahí, en
las triunfantes y flotantes “Montañas Aleluya”, en cuyos parajes y
cumbres tendrá lugar “la salvación” en una apocalíptica y milagrosa victoria
final contra el Mal. Eywa, la deidad de la que Neytiri nos había dicho que “no
toma partido, sino que sólo mantiene el equilibrio de la Naturaleza” (una
Naturaleza deificada a lo Rousseau, aunque mejor a lo Goethe o a lo Lao Tse,
por aquello de no caer en la famosa “Falacia Pre-Trans”), por fin se ha puesto
del lado del Bien. El cuento de Hadas en el que el príncipe azul vence al
Dragón y lo mata para liberar a la princesa de sus garras y luego casarse con
ella, está llegando al final. Y colorín, colorado…
Aparte de la
influencia que sobre el director de “Avatar” parece que hayan podido tener la sabiduría de los
escritos antropológicos de un Mircea Eliade, en una reciente entrevista Cameron
ha manifestado: “He procurado seguir la Biblia al pie de la letra”.
¡Evidentemente es así! Sólo hay que darse cuenta, ¡qué casualidad!, que en su
revolucionaria, o mejor dicho, “evolucionaria” película, la estación espacial
de los militares americanos se llame “La puerta del Infierno”
(“Hell´s Gate”). ¿Y qué es lo único que se supone que puede salir de la puerta
del infierno? Pues el Diablo, claro; en este caso con la forma de una
aterradora nave nodriza comandada por el coronel Quaritch, junto con sus naves
escoltas de ángeles caídos, una lanzadera curiosamente llamada “Dragón”. Otra
“casualidad” ésta, si se tiene en cuenta que “dragón” es la palabra
repetidamente empleada en la Biblia para definir al Diablo (“Fue arrojado el
dragón grande, la antigua serpiente, llamada Diablo y Satanás, y fue
precipitado a la tierra y sus ángeles fueron con él precipitados”
(Apocalipsis 12:9). La Biblia también denomina al Diablo: “el Dragón
escarlata venido del cielo” (Apocalipsis 12:3). Coinciden hasta los colores
con el Gran Dragón que doma el clon Jake para dejar atrás y debajo suyo, o sea,
superada, “la última sombra” que pudiera oscurecer su espíritu. La
metáfora es que al montarlo y domeñarlo, Jake ha vencido, aunque todavía sólo interior
y espiritualmente, al Diablo, al Maligno. Ahora es el Avatar elegido por la
Providencia, y así se lo reconoce el clan Na´vi al retornar Jake con ellos.
Por fin el
Bien ha vencido al Mal, al menos en el ficticio planeta Pandora. Pero por algo se empieza, no
desesperemos. En un momento del film el Na’vi Jake había dicho a la diosa Ewya:
“Yo soy el elegido”, otra conocida denominación de Cristo como elegido
de Dios (o hijo simbólico). Así se constituirá, merced a la actividad mística
de la Ley Natural (llámese el wu-wei taoísta o el èlan vital de
Henri Bergson) en el redentor y salvador de la “humanoidad” Na’vi.
De enlace http://salvadorharguindey.blogspot.com.es/2010/03/psicologia-y-religion-en-la.html
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