miércoles, 12 de junio de 2013

Molinos de Viento



Del buen suceso que el valeroso Don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento


En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como Don Quijote los vió, dijo a su escudero: la ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o poco más desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla, y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer: que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. ¿Qué gigantes? dijo Sancho Panza.
Aquellos que allí ves, respondió su amo, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas. Mire vuestra merced, respondió Sancho, que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas del viento hacen andar la piedra del molino. Bien parece, respondió Don Quijote, que no estás cursado en esto de las aventuras; ellos son gigantes, y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla. Y diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes iba diciendo en voces altas: non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete. Levantóse en esto un poco de viento y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por Don Quijote, dijo: pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.




Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante, y embistió con el primer molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle a todo el correr de su asno, y cuando llegó, halló que no se podía menear, tal fue el golpe que dio con él Rocinante. ¡Válame Dios! dijo Sancho; ¿no le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no los podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza? Calla, amigo Sancho, respondió Don Quijote, que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza, cuanto más que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón, que me robó el aposento y los libros, ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la voluntad de mi espada. Dios lo haga como puede, respondió Sancho Panza. Y ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba; y hablando en la pasada aventura, siguieron el camino del puerto Lápice, porque allí decía Don Quijote que no era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero; sino que iba muy pesaroso por haberle faltado la lanza y diciéndoselo a su escudero, dijo: yo me acuerdo haber leído que un caballero español, llamado Diego Pérez de Vargas, habiéndosele en una batalla roto la espada, desgajó de una encina un pesado ramo o tronco, y con él hizo tales cosas aquel día, y machacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre Machuca, y así él, como sus descendientes, se llamaron desde aquel día en adelante Vargas y Machuca. Hete dicho esto, porque de la primera encina o roble que se me depare, pienso desgajar otro tronco tal y bueno como aquel, que me imagino y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien afortunado de haber merecido venir a verlas, y aser testigo de cosas que apenas podrán ser creídas. A la mano de Dios, dijo Sancho, yo lo creo todo así como vuestra merced lo dice; pero enderécese un poco, que parece que va de medio lado, y debe de ser del molimiento de la caída. Así es la verdad, respondió Don Quijote; y si no me quejo del dolor, es porque no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida alguna, aunque se le salgan las tripas por ella. Si eso es así, no tengo yo que replicar, respondió Sancho; pero sabe Dios si yo me holgara que vuestra merced se quejara cuando alguna cosa le doliera. De mí sé decir, que me he de quejar del más pequeño dolor que tenga, si ya no se entiende también con los escuderos de los caballeros andantes eso del no quejarse.

                                                                                                                            D.Quijote
                                                                                                                            Miguel de Cervantes

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Porque hay quien ve gigantes donde solo hay molinos, que naturalmente mueven sus aspas al viento de forma inofensiva.
Se le ha quedado atrapada la cabeza por su tozudez entre las aspas, y sigue atascada y presa y quiere que otro le libere. Además no cesa en justificar su comportamiento desmedido y su enajenación.
Y la manera de salir de esta equivocación es por sí mismo y no con otra triste aventura. Que le llegue la cordura¡¡ aunque sea al final de sus días.
Porque la locura hace estragos sin mesura, en las mentes enfermas e inseguras y en los que se acercan a estos desairados.
Es aquel que se siente grande porque va a caballo, frente a los que van caminando. Que conoce el arte de la palabrería grandilocuente y sin contenido y se atreve a dar consejos en mal verso a diestro y siniestro. Empeñado en ser el salvador de quien no se siente en peligro o tal vez, su fin último sea en realidad atacar con su lanza, a supuestas vilezas humanas. Cuidado con esto...
Son tantos los que le dicen a D.Quijote que cese en su cruzada por el bien de todos de una vez. Son tantos los que lo ven un loco. Pero no cesa empecinado en luchar contra molinos. Aunque le sigue Sancho que le apoya fielmente.
Pobre D.Quijote, enjuto o no, altivo y elitista, a la defensiva siempre, con su armadura puesta infranqueable y su espíritu de guerra, que le hará daño.
Que lleva casi al aire la sesera, por su poco pelo, de no ser por su cacerola de hojalata y de ahí su ilógico comportamiento al sufrir el calor del sol y le hace una estampa ridícula.
Pobre molino, que salieron rotas sus aspas de la aventura.
Y luego el pobre Sancho, siguiendo a su D.Quijote siempre a la sombra y protegiéndolo de las adversidades. Porque D.Quijote no puede hacer su andadura solo. Ante su particular cruzada, ha de ir sobreprotegido de armadura, escudo protector y escudero que lo socorre una y otra vez.

Pobres dos, caballero y escudero.

Pobre D.Quijote y su gran Mancha.



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